María Esther Panesso Mercado, cuenta que ha vendido 380 cuadros. En pandemia el arte la acompañó. FOTO: Santiago Guerrero.
La artista bogotana expondrá el próximo 7 de julio en el Beka Museum, de Nueva York.
De niña, María Esther Panesso, nacida en Bogotá el 28 de agosto de 1990, empezó a pintar, gracias a su papá, Hernán Panesso.
“Fue algo así como los papás de los deportistas, que les insisten e impulsan a sus hijos en una práctica con tesón. Además, era mi crítico más duro”, dice.
Pintaba, recuerda, todo el tiempo. “Mi papá quería que fuera artista, y eso incluía practicar incluso los fines de semana. Mientras los otros niños jugaban, yo dibujaba. Quería jugar, pero él insistía”, sigue.
Lo cierto es que ahora adulta entiende la importancia de esta práctica y también a su papá.
Y para ese padre que murió hace un tiempo es su trabajo en el arte. También, la exposición en la que participará el próximo 7 de julio en el Beka Museum, de Nueva York.
A esta muestra llegó por una convocatoria. Un amigo le avisó que estaba abierta y le dijo que se inscribiera. Lo hizo, pero sin mayores expectativas. “Esta es de las cosas que me motivan a seguir en el arte, porque lo mío ya es valorado internacionalmente. Hacer parte de esta muestra significa mucho”, cuenta la joven.
Mi papá quería que fuera artista, y eso incluía practicar incluso los fines de semana. Mientras los otros niños jugaban, yo dibujaba
Vivir del arte no estaba en su agenda. Es graduada en Administración de Negocios. Terminó sus estudios como alumna distinguida en la Universidad de La Sabana, con un promedio de 4,9, y el centro educativo le dio una beca para otra carrera.También es abogada. Y tiene un MBA del Instituto de Empresa de España.
Tras la muerte de su padre hizo un parón con el arte, no obstante ser lo que más lo unía. “Su fallecimiento me dejó muy golpeada”, afirma.
Abrió un consultorio jurídico (es abogada de familia) y llegó la pandemia. “En el encierro me dediqué a pintar mucho y ponía mis obras en mis redes sociales. Los amigos empezaron a comprar mis trabajos, así como otras personas, y hasta este momento he vendido 380 cuadros”.
“Mi arte es disruptivo. Pinto bailarinas, leopardos, niños y mujeres afros, orientales…”. En su galería, en el norte de Bogotá, dice que la gente llega y siempre se enamora de alguna de sus obras. En el lugar, además, hay vino y, de fondo, los sonidos del jazz.
En la pandemia la gente le pedía que pintara a algún familiar fallecido, le mandaba una foto y ella hacía su trabajo. “Pese a que el arte no es para mí un negocio me ha ido muy bien”. Es su gran pasión, y esa disciplina férrea que le impuso su padre la lleva a pintar varias horas al día y todos los días, dice con gran energía.
Deja de lado las leyes y las finanzas, y pinta. Para ella es como entrar en trance. “Es una gran forma de autoconocimiento y reflexión”.